Lo que hacemos con lo que nos pasa
De cómo miramos los obstáculos, de lo que hacemos con ellos y de cómo esa mirada acaba definiendo lo que somos.
Bienvenido, bienvenida a Rodobo, un boletín quincenal que explora cómo mejorar la forma en la que trabajamos, decidimos y colaboramos. Soy Juan Rodríguez Talavera y trabajo en la intersección entre analítica digital, CRO, estrategia de producto y experiencia de usuario.
Durante años, he tenido la sensación de que muchas de las cosas que nos pasan en el trabajo no vienen tanto de lo que hacemos, sino de cómo nos tomamos lo que nos pasa. Y esa diferencia, en la que a veces no pensamos, lo cambia todo. Porque en verdad, no es lo mismo enfrentarte a una situación difícil pensando “esto no debería estar pasando” que hacerlo desde la pregunta “¿qué me está enseñando esto?”. La primera reacción suele llevarnos a enfadarnos, bloquearnos e incluso frustrarnos. Y la segunda a la posibilidad de aprender.
El problema es que, en el trabajo, la línea que separa una cosa de la otra está llena de ego, aspiraciones y expectativas. Y lo que en un principio podría ser una situación neutra como un desacuerdo, una crítica, una decisión que no compartes, acaba convirtiéndose en una historia que nos contamos a nosotros mismos sobre lo que valemos, sobre lo que los demás piensan de nosotros e incluso sobre si “estamos a la altura”.
Y de eso he querido escribir, de cómo miramos los obstáculos, de lo que hacemos con ellos y de cómo esa mirada acaba definiendo lo que somos y el tipo de cultura que construimos a nuestro alrededor.
Hay obstáculos en el camino
Cuando empezamos a trabajar, o cuando asumimos un nuevo rol, lo normal es pensar que los obstáculos son algo que hay que esquivar. Que el camino correcto es ese en el que todo parece funcionar, en el que las decisiones se toman rápido, en el que las personas se entienden y en el que las aspiraciones individuales coinciden con los objetivos del equipo.
Pero tarde o temprano pasa lo inevitable. Alguien no está de acuerdo contigo, un proyecto se retrasa, una decisión que parecía clara se vuelve confusa, o simplemente descubres que no todo el mundo comparte tu nivel de compromiso con una decisión. Y entonces aparecen otras sensaciones que a veces tienen más que ver con nuestras expectativas que con lo que realmente ocurre.
Es en esos momentos dónde surge la pregunta “¿Por qué me pasa esto a mí?”. Una pregunta que nos sitúa en el centro de todo, que convierte el trabajo en una especie de lugar en el que proyectamos nuestras inseguridades, nuestro deseo de reconocimiento y las malas experiencias que hemos tenido. Y es que a veces, el obstáculo no es la tarea ni la persona con la que no te entiendes sino que es la historia que te estás contando sobre lo que significa esa situación.
He visto equipos enteros bloquearse por eso. Personas que dejan de colaborar porque sienten que ceder es perder y otras que, incapaces de aceptar una crítica, se encierran en sí mismas. Personas que interpretan cualquier desacuerdo como una falta de respeto. Y también lo contrario, personas que por miedo al conflicto se adaptan tanto que acaban desapareciendo.
Y todo eso ocurre porque seguimos viendo los obstáculos como algo que no debería estar ahí. Como una barrera en el camino, no como parte del camino. Y siento que si lo vemos así, el resultado es que los equipos empiezan a trabajar a la defensiva. Se habla menos, se escucha peor y se empieza a trabajar desde la protección en vez de desde la confianza. Las conversaciones se vuelven más políticas que sinceras, las reuniones más formales que útiles y el talento se va apagando poco a poco.
En ese punto, es fácil caer en el pensamiento de que todo mejorará cuando esos obstáculos se vayan, pero es que rara vez se acaban marchando si no hablamos de ellos. Cambian de forma, de persona o de contexto, pero siempre están ahí. La clave está en cómo los miramos.
Este es el camino que forman mis obstáculos
Llega un momento con los años en el que entiendes que los obstáculos no son una desviación del camino, sino el propio camino. Que lo que antes interpretabas como un fallo, una injusticia o una pérdida de tiempo, acaba siendo justo lo que necesitabas para aprender algo que no habrías aprendido de otra forma.
Es fácil decirlo, pero cuesta vivirlo. Porque aceptar que los obstáculos son parte del camino implica renunciar a la idea de control. Implica aceptar que no puedes evitar que haya momentos en los que no sabes que hacer, ni que los demás piensen distinto, ni que tu trabajo no siempre sea reconocido.
También implica mirar el ego de frente. Y no en el sentido moralista de “dejarlo a un lado” sino en el más práctico, que es el de entender qué papel juega en lo que sentimos y decidimos. Porque tampoco creo que sea malo sino que es un mecanismo que todas las personas tenemos, que busca protegernos y mantenernos con la imagen que tenemos de nosotros mismos. El problema es cuando esa protección se utiliza para llevar la razón y cuando sentimos que cualquier crítica es un ataque personal en lugar de una oportunidad.
Ahí es donde todo cambia, porque cuando trabajas desde esa perspectiva de que lo sabes todo, empiezas a perder en todos los sentidos. Relaciones, comunicación, capacidad de adaptarte. Ese momento no soporta el cambio porque lo percibe como amenaza. Y el trabajo, por definición, es cambio constante.
Y lo más sano es estar en un entorno donde los desacuerdos no se vean como guerras internas, sino como espacios de ideación compartida, donde las aspiraciones personales estén alineadas al objetivo. Y no porque todos quisieran lo mismo, sino porque compartan una misma forma de mirar las cosas. Ese tipo de madurez profesional se construye a base de obstáculos. Y también de humildad como capacidad de reconocer que muchas veces lo que nos frustra del trabajo es un reflejo de algo que todavía no sabemos gestionar en nosotros mismos.
Con el tiempo aprendes que las personas que más crecen no son las que lo hacen todo bien, sino las que son capaces de mirar hacia atrás y ver en cada obstáculo una forma distinta de haberse conocido.
El podcast
Con Joaquín Guerrero, formador y consultor en comunicación, y creador de un método que une las artes escénicas con el mundo corporativo.
Esta vez, la charla se convirtió en una conversación muy natural. De esas en las que el guion queda en segundo plano, improvisamos y dejamos que la conversación encontrara su ritmo propio. Y quizá por eso hablamos con más calma y naturalidad sobre algo tan humano y tan cotidiano como comunicar. Entre otros temas hablamos de:
Qué significa realmente comunicar y por qué las empresas tienden a simplificarlo en talleres o técnicas rápidas
Cómo la comunicación se convierte en una palanca estratégica
La diferencia entre informar y comunicar
El papel de la autenticidad y la coherencia como base de cualquier comunicación efectiva
Lo que las artes escénicas pueden enseñar sobre presencia, ritmo y escucha
Cómo se entrena la confianza y la técnica para comunicar con impacto
La influencia de la comunicación no violenta en los equipos
Qué hacer para que dar feedback no se convierta en un choque de ego
Y un primer paso sencillo para empezar hoy mismo a mejorar la forma en la que comunicamos
Muchas gracias por tu tiempo, Joaquín, fue un placer conocerte.
Puedes escucharla aquí abajo o haciendo clic en este enlace.
Algunos artículos y vídeos
Una frase
We must trust in what is difficult; everything alive trusts in it. Rainer Maria Rilke

